Desmontando PISA (1 de 3)

Índice

Giro neoliberal en la concepción de la educación. 1

OCDE. 2

La utilización política del ranking de PISA. 3

PISA no sirve para mejorar la enseñanza. 4

Los efectos colaterales de PISA. 5

Otra evaluación es posible y necesaria. 5

 

El informe PISA, denominado así por sus siglas en inglés (Programme for International Student Assessment) consiste en la valoración y comparación internacional del alumnado mediante la realización de exámenes, cada 3 años, en las áreas de Lectura, Matemáticas y Ciencias. Esta prueba es realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) a alumnos y alumnas de 15 años, con diferencias significativas en relación a su proceso educativo y a su escolaridad, e indistintamente del curso en el que se encuentren. Su finalidad es analizar supuestamente su rendimiento para “proporcionar a los gobiernos datos relevantes y fiables que les permitan tomar decisiones en materia de política educativa”.

Giro neoliberal en la concepción de la educación

El impacto mediático que ha adquirido este informe tiene que ver con el giro económico neoliberal que se está produciendo en la concepción de la educación a nivel mundial.

Como denuncian intelectuales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), PISA es un inmenso dispositivo de control que aspira a imponer una perspectiva educativa que nos aleja del reconocimiento de la educación como un derecho y nos aproxima a su interpretación como un bien de consumo, una ventaja competitiva en la que cada individuo invierte de cara a su futuro, lo cual multiplica las desigualdades existentes, las cristaliza y pretende situarlas en un marco supuestamente “neutral y científico”.

La filosofía neoliberal de las grandes corporaciones multinacionales ha irrumpido con fuerza en el escenario del sistema educativo desde finales de los años 80. Esta filosofía, proporcionar a la industria y los servicios trabajadoras y trabajadores adaptados a las exigencias de la producción moderna, se ha convertido, con mucho, en la más importante de las funciones atribuidas a la enseñanza al cabo de los años.

La tarea primordial de la escuela se ha convertido, en el imaginario colectivo y en el sentido común habitual de los discursos del mundo de la política, los medios de comunicación e incluso la gente corriente de la calle, en la de ser el soporte de la empresa y preparar el tipo de profesionales solicitados por éstas.

Las inversiones en la educación y los currículos comienzan a ser pensados de acuerdo con las exigencias del mercado y como preparación al mercado de trabajo. La persona trabajadora “flexible” y “polivalente” constituye así la referencia del nuevo ideal pedagógico. El papel público de la educación como campo de entrenamiento para la democracia y para la ciudadanía democrática se ha pasado a considerar como un despilfarro del gasto público, siendo reemplazado por el punto de vista que la empresa privada tiene de la función de la enseñanza: un campo de entrenamiento para atender las necesidades de las empresas.

Se emprende así una nueva cruzada de reconceptualización del discurso sobre las prioridades de la educación para enfrentar los desafíos de la nueva época y una nueva retórica sobre los nuevos ‘desafíos’ y los escenarios futuros, siempre con la finalidad de ajustar la educación a las demandas del mercado laboral.

El argumento de la inadecuación del sistema educativo al sistema productivo y la necesidad de superar ese desfase poniendo a “la empresa” al mando, ha sido machaconamente repetido desde 1989 por las patronales del sector y los abundantes informes de los responsables de educación de los organismos internacionales. “No forma para la vida real”; “la educación que imparte es inútil”; “no sirve cuando de verdad tienes que trabajar”… Estos estribillos se oyen continuamente en boca de las familias o del propio alumnado. Reduciendo la “utilidad” y la “vida real” al mercado laboral. Como si los seres humanos se pensaran y definieran únicamente como trabajadores y trabajadoras de la maquinaria laboral. De esta forma se está produciendo una auténtica mutación en la naturaleza y fines de la educación que, de formar ciudadanos y ciudadanas provistos de valores, saberes y capacidades, pasa a subordinarse completamente a la producción de “recursos humanos” para el sistema productivo.

Se transforma así, paulatinamente, la representación de la función de la escuela en la profesionalización, pilar fundamental del nuevo orden de la escuela. A partir de la década de 1970, en nombre de la ‘adaptabilidad de la mano de obra mediante la polivalencia’, se asiste a la presencia cada vez más influyente de los representantes de las empresas en las instancias de consulta y de evaluación de los Ministerios de Educación. En adelante, se trata de pensar el sistema educativo en términos de salidas profesionales y evaluarlo en función de ello.

La problemática de la inserción laboral prevalece sobre la aspiración a la integración social y política de los futuros ciudadanos y ciudadanas. La profesionalización ya no es una finalidad entre otras de la escuela, sino que tiende a convertirse en la principal línea directriz de todas las reformas y las políticas de evaluación educativa. Con la difusión de esta peligrosa y sutil ideología, existe un riesgo real de reducir la enseñanza a las competencias útiles para las empresas, y de obedecer con ello a un utilitarismo que impide a los jóvenes interesarse mínimamente en lo que parece no ser vendible en el mercado de trabajo.

En este modelo neoliberal la función social asignada a la educación se centra en su apoyo al crecimiento económico, su aportación a la competitividad empresarial de las industrias nacionales, la formación para el trabajo y la capacitación para el desarrollo tecnológico. Estas funciones económicas priman sobre la función de socializar para participar activamente en una ciudadanía consciente y comprometida, transmitir la cultura y desarrollar la personalidad.

Este enfoque neoliberal que nos quieren introducir tiene que ver esencialmente con una orientación de la educación para preparar mano de obra para el mercado laboral donde las familias aprenden que los centros situados en los mejores puestos del ranking les darán más posibilidades a sus retoños de colocarse en el futuro mercado laboral

OCDE

Estas pruebas estandarizadas se llevan a cabo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), organismo internacional creado para “maximizar el crecimiento económico” de los países que lo integran.

Lo primero que nos tenemos que preguntar es cómo una institución conformada por economistas determina lo que los estudiantes deben saber, midiendo eso con una única prueba y comparando contextos diferentes.

Otro de los aspectos críticos que apuntan estos expertos es que, en tanto que la OCDE es un organismo económico -a diferencia de la UNESCO o UNICEF-, está naturalmente sesgada a favor del papel económico de las escuelas. Pero preparar a los estudiantes para el empleo no es la única -ni siquiera la más importante- meta de la educación pública. Señalan también que la OCDE se ha aliado para ello con compañías multinacionales con fines de lucro listas para obtener beneficios financieros de los problemas -reales o percibidos- que muestre PISA.

Terminan denunciando que una institución como la OCDE se haya convertido en el árbitro global de los medios y fines de la educación en el mundo, asumiendo el poder de configurar la política educativa mundial, sin debate acerca de la necesidad o de las limitaciones de las metas de esta institución económica.

¿Por qué PISA está exclusivamente centrada en cambiar las escuelas para mejorar la competitividad económica?… un sesgo en favor al papel económico de la educación, olvidando que, en democracia, hay muchos otros aspectos importantes de la educación: el desarrollo artístico, la reflexión crítica, la educación emocional, la participación cívica y la convivencia. La evaluación de estas materias se ciñe a un modelo educativo sesgado. Como dice Heinz-Dieter Meyer, de la Universidad de Nueva York, en Albany: “en democracia, hay muchos otros aspectos importantes de la educación pública: la salud, el desarrollo moral, artístico y creativo; la participación cívica y la felicidad”. Estos aspectos no se tienen en cuenta en el informe, que premia un modelo de estudiante moldeado para el mundo tecnológico-laboral, olvidándose de los verdaderos “retos del siglo XXI: los objetivos psicológicos, morales, cívicos y de desarrollo artístico”.

¿Por qué aceptar que sean técnicos economistas, desde una institución ajena a la educación, nos deban decir qué es lo que nuestros jóvenes deben saber y nuestras escuelas enseñar?

Es decir, que PISA distrae la atención de los objetivos educativos menos susceptibles o imposibles de ser medidos, reduciendo la imaginación colectiva en torno a lo que es o debería ser la educación.

La utilización política del ranking de PISA

Expertos de todo el mundo se preguntan para qué seguir haciendo estos exámenes que reiteran periódicamente lo que ya sabemos.

El éxito mediático y político de PISA se debe a que los resultados se publican en forma de ranking o clasificación mundial y un sector de políticos los utilizan para justificar sus reformas y atacar las de sus contrarios.

Las nuevas leyes educativas se han tendido a justificar tratando de presentar una imagen de catástrofe del sistema educativo anterior. Fracaso y violencia escolar se utilizaron con el intento de implantar la LOCE por el Partido Popular en el 2002. Se justificaba así los dos ejes de la nueva ley: la ideología del esfuerzo y el mérito, que convertía a las “víctimas” (el alumnado) en culpables –de los resultados- si no se esforzaban lo suficiente, y la explosión de la disciplina, que convertía al profesorado en autoridad disciplinaria que debía “meterlos en cintura”. Esta ley, que volvía a la ideología de «la letra con sangre entra», no se llegó a implantar.

Con PISA los políticos conservadores, neoliberales, e incluso socialdemócratas, han introducido otra nueva variable en la ecuación de la catástrofe educativa para justificar sus propuestas de reformas educativas: la incapacidad de brillar en el palmarés de la excelencia de los rankings internacionales (tradicional método escolar “jesuítico” de competición escolar), pero con el lenguaje renovado de la excelencia académica y las competencias.

Toda esta “neolengua”, con sabor a presunta modernidad importada del mundo empresarial, nos sitúa en un paradigma educativo mercantilista en el que se propone “medir” determinadas competencias para que los “clientes” puedan comparar y elegir el “producto educativo” que mejores ventajas competitivas les ofrezca, de cara al futuro laboral de su prole. Ya no se plantea la educación y la formación como un derecho de todos y todas, que se ha de garantizar desde la equidad y la justicia social, sino como una inversión personal en la que cada cual compite por conseguir la mejor rentabilidad posible de dicha inversión.

De esta forma, cada vez que aparece un informe PISA o cualquier otro de los rankings internacionales, el catastrofismo se apodera de los partidos conservadores, neoliberales y socialdemócratas y de sus medios de comunicación afines. Con titulares sesgados que tratan de generar alarma social: “España a la cola de la OCDE”. Parecen querer anunciar una «hecatombe», que, además, si nos fijamos en los datos es suficientemente irrelevante. Pues no parece realmente catastrófico, como analizan los expertos, que un hijo obtuviese un 6 de nota media y otro un 5,93. En un contexto, como el español, que ha triplicado recientemente la proporción de titulados con secundaria (o superior) entre los jóvenes con respecto a la generación de sus familias.

El problema añadido es que titulares como “Suspenso en PISA”, “A la cola en…” lo que generan es un modelo de competitividad entre las instituciones docentes y entre países, completamente ajeno a los principios educativos y a la cooperación y construcción del aprendizaje y de la ciencia que ha venido presidiendo el conocimiento colectivo de la especie humana y su avance en todos los campos del saber.

PISA no sirve para mejorar la enseñanza

Numerosos expertos, como el catedrático de sociología de la educación Julio Carabaña, demuestran sólidamente que este programa de evaluación estandarizada carece de valor para ayudar a mejorar la enseñanza en las aulas y el funcionamiento de las escuelas. Pues las pruebas de este examen miden capacidades muy generales que dependen de la experiencia acumulada en toda la vida del alumnado, desde su nacimiento. Por lo que, como incluso reconoce PISA en sus propios textos “si un país puntúa más que otro no se puede inferir que sus escuelas sean más efectivas, pues el aprendizaje comienza antes de la escuela y tiene lugar en una diversidad de contextos institucionales y extraescolares”.

De ahí la inadmisible pretensión de este organismo económico, la OCDE, que manifiesta que su intención es utilizar PISA para “llevar las políticas educativas en una dirección determinada”. No sólo porque las capacidades que mide PISA dependen poco o nada de las escuelas, sino porque ni siquiera dependen de los cambios pedagógicos y políticos que PISA propone. Por eso cada vez más expertos consideran que PISA no solo es un fracaso, sino un fraude, pues no sirve para cumplir su objetivo principal, que es ayudar a la mejora de las escuelas y los sistemas educativos.

En 2007, un grupo de 20 investigadores analizó de forma pormenorizada la metodología de PISA y publicó sus conclusiones en el libro PISA according to PISA (Transaction Publishers). Además de asegurar que los rankings que comparan los resultados entre países “están basados en tantos puntos débiles que deben ser abandonados de inmediato”, apuntaron que los productos asociados a PISA, como los análisis sobre cómo deben ser las buenas escuelas o las diferencias entre los distintos sistemas educativos, “van mucho más allá de lo que permite una aproximación cauta a estos datos. Son en su mayoría pura especulación”.

El informe, para más inri, sólo evalúa los conocimientos y competencias de los alumnos de 15 años en matemáticas, ciencia y compresión lectora: ni realiza un seguimiento longitudinal de la evolución de los estudiantes ni se para analizar qué saben de otras materias o habilidades que van de la historia o la filosofía a la creatividad o el entusiasmo.

Expertas latinoamericanas se preguntan si lo que mide PISA es la creatividad o la adaptación al modelo neoliberal de nuestros jóvenes. «Se pretende presentar la estandarización bajo los ropajes de la objetividad cuando lo cierto es que en el fondo encubre la pretensión de hegemonizar, a través de su medición, los valores de una determinada sociedad. ¿Por qué no observar el desarrollo de las emociones, las capacidades de interrelación, la creatividad de los jóvenes en su contexto cultural y social?

Recientemente 83 expertos internacionales muy reconocidos en educación enviaron una carta al director del programa PISA, expresando su preocupación por la cada vez mayor influencia que empieza a tener en las prácticas educativas en muchos países. Como resultado de PISA, los países están reformando sus sistemas educativos, buscando soluciones a corto plazo, con la esperanza de mejorar en el ranking, pese a que la investigación muestra que los cambios duraderos en las prácticas educativas necesitan décadas. Además, explican, al centrarse en un reducido conjunto de aspectos susceptibles de ser “medidos”, PISA distrae la atención de los objetivos educativos menos susceptibles o imposibles de ser medidos, tales como el desarrollo físico, moral, cívico o artístico, reduciendo peligrosamente de este modo nuestra imaginación colectiva en torno a lo que es o debería ser la educación.

El negativo papel de las pruebas estandarizadas internacionales en promover la competencia, etiquetando y clasificando alumnos y docentes en función de su rendimiento.

La tentación de los países a seguir caminos fáciles y de corto plazo para mejorar su desempeño en las pruebas, desconsiderando que los cambios en el campo educativo llevan mucho más que los tres años que separa una prueba de otra.

PISA mide unas dimensiones del aprendizaje e ignora otras, lo que “reduce peligrosamente nuestro imaginario colectivo acerca de lo que la educación es y debería ser”.

PISA está dominada por una visión economicista y unilateral de la educación.

La OCDE asume un mandato que no le corresponde, adjudicandose un papel de gran agencia de evaluación internacional, opacando a instituciones como la UNESCO y UNICEF.

La implementación de las pruebas se realiza en muchos países con asociaciones entre el sector público y privado, abriendo oportunidades de negocios que entran en franco antagonismo con los intereses educativos. (La carta no menciona al contrato entre Pearson y la OCDE, aunque hace evidente relación al mismo). “Algunas de estas empresas ofrecen servicios educativos a las escuelas estadounidenses y a los distritos escolares de manera masiva y con fines de lucro, al tiempo que persiguen planes de desarrollo de la educación primaria con fines de lucro en África, donde la OCDE ahora está planeando introducir el programa PISA”.

PISA contribuye a consolidar una euforia evaluadora que “perjudica a nuestros hijos y empobrece nuestras aulas”.

Poco a poco las habilidades numéricamente contabilizadas se convirtieron en el indicador de la calidad de la educación internacional más conocido.

El negocio de PISA

La multinacional educativa más grande del mundo, Pearson, se hizo con el suculento contrato para la gestión de los exámenes de PISA y de la plataforma digital que los sustenta, que es pagado con dinero público por los ministerios de Educación de los países participantes. Es decir, esta multinacional no solo redacta los exámenes, también los corrige y aporta las herramientas informáticas para analizarlos. Según el académico canadiense Donald Gutstein, Pearson utiliza PISA como cabeza de puente para manejar los hilos de la educación mundial. Al menos le sitúa en una posición muy ventajosa a la hora de vender sus servicios a aquellos gobiernos que quieran conseguir mejorar sus resultados en las próximas evaluaciones.

Para Diane Ravitch, experta educativa de la Universidad de Nueva York, estamos ante “la irrupción de big data [grandes datos] en las escuelas”, en donde grandes fondos de capital riesgo ya están entrando en este mercado, invirtiendo en compañías digitales que se dedican a desarrollar apps, diseñar y evaluar exámenes y vender datos de estudiantes para aumentar sus márgenes de beneficio aún más.

Los efectos colaterales de PISA

En esta loca y desenfrenada carrera por estar en el ranking, pues quien pierde el tren de la excelencia acaba descarrilando, el profesorado se centra en buscar la forma de obtener resultados, dedicando el tiempo a preparar lo que le piden en las pruebas o a conseguir aquello que les sitúe en la cúspide del ranking. El alumnado con dificultades y diversidad se convierte en un estorbo y ya no se piensa qué puede hacer el centro por el alumno o alumna, sino qué pueden hacer ellos porque el centro mejore su posición en los resultados del ranking de competencias.

El que la sociedad conceda a las evaluaciones, por su impacto mediático, una importancia desmedida puede significar, a la larga, un cambio sutil, pero importante, en los objetivos de la escuela. Como ha señalado Apple al analizar el creciente papel de la economía de mercado en el sistema educativo, uno de los peligros que acechan cada tres años, con la llegada de los informes PISA, es poner el acento en la evaluación antes que en la educación. En medir el rendimiento del estudiante más que en atender las necesidades del mismo. En lo que el estudiante pueda hacer para prestigiar la escuela, más que en lo que la escuela pueda hacer para mejorar al estudiante. Por lo que los centros acaban “buscando” a sus clientes (familias motivadas, estudiantes competentes) para que sus estadísticas no se vean afectadas y poder mantener su nivel de competitividad con los otros centros y su imagen de “alto nivel”. De hecho se han multiplicado las evaluaciones censales en nuestro sistema educativo, acordadas por PP y PSOE, para medir el rendimiento filtrando los resultados que llevan a establecer rankings, en función de los cuales se establezca que centros son elegidos por la clientela y por lo tanto se les debe dotar de recursos porque son los demandados.

Los especialistas apuntan que el régimen de PISA, con su ciclo continuo de medición global, está haciendo daño al alumnado y empobreciendo la educación, aumentando aún más el ya alto nivel de estrés en las escuelas, con una presión constante por el rendimiento, lo que pone en peligro el bienestar de los estudiantes y de los docentes. Alertando que esta dinámica supone un riesgo real de matar el placer de aprender, transformando el deseo de aprender en afán de aprobar.

Otra evaluación es posible y necesaria

Debemos reconsiderar este tipo de pruebas y asumir la evaluación como un proceso integral orientado a producir información, contextualizada social y culturalmente, para mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Además de todas las críticas recogidas hasta ahora, debemos ser conscientes de que los resultados de estas pruebas estandarizadas nada aportan que ya no sepamos sobre el funcionamiento de nuestros sistemas escolares.

Por lo que, como dice Pablo Gentili, deberíamos salir de PISA, porque “PISA simplifica lo que es complejo. PISA jerarquiza lo que no tiene un orden. PISA compara lo incomparable. PISA silencia lo que la realidad amplifica. PISA distrae lo que merece atención. PISA consagra lo que es banal y trivializa lo que debería ser fundamental”. Y eso sólo supone voluntad política de hacerlo.

Lo cual no significa rechazar las evaluaciones puesto que son una parte constitutiva del proceso formativo y una herramienta para reconocer sus avances y dificultades, por lo que debe ser un componente fundamental de toda política pública democrática. La evaluación debe permitir analizar los múltiples factores que inciden en ese proceso y ayudar a todos los actores que intervienen en él a mejorar las prácticas pedagógicas con un sentido formativo y no culpabilizador, así como a diseñar políticas y estrategias orientadas a mejorar las políticas gubernamentales en todos los campos de actuación. Pero es necesaria una evaluación democrática en el que participen las comunidades educativas.

No es admisible que creer que tres puntuaciones de las pruebas de PISA muestran la calidad de sus sistemas educativos, la eficacia de su profesorado, la capacidad de sus estudiantes, y la futura prosperidad de la sociedad. Como analiza la especialista ecuatoriana Rosa María Torres, hay muchas más ventajas en las pruebas UNESCO, que en el reduccionismo analítico de PISA.

 

Acerca de Enrique Javier Díez Gutiérrez

Profesor de la Universidad de León (España). Autor de publicaciones sobre Educación Intercultural, Política Educativa, Videojuegos, Género, Cultura organizativa y Organización Educativa.

Publicado el 27 May, 2018 en Educación Pública. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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